Cómo parar el odio en el fútbol


Apenas ha empezado la temporada y ya tenemos nuestra miserable ración de odio alrededor del fútbol.
Hemos sabido que el hoy delantero del Burnley, André Gray, se hacía esta pregunta retórica hace unos años: '¿Soy yo o hay homosexuales por todos lados? Quemar. Matar. Me pone enfermo'.
En las mismas coordenadas parece moverse el jugador Eric Zárate. Sus tuits 'Putos independentistas de mierda, viva el PP y los toros', 'Viva España y puta Catalunya', 'Puto negro de mierda, muerte a Hamilton, hijo de puta' o 'Qué putas todas' han dejado boquiabiertos a los aficionados del Lleida, el club que acaba de ficharle.
Y por último tenemos a parte de la grada del Sporting de Gijón dedicándose el domingo a imitar a un mono cada vez que Iñaki Williams, jugador negro del Athetic, tocaba el balón.
Festival de racismo, machismo, homofobia y nacionalismo ultramontano. Y el fútbol, acusado una vez más de ser un terreno propicio para esa inmundicia.
¿Qué hacemos?
Estamos familiarizados con las sanciones administrativas —en el caso de Gray, la siempre alerta Premier League le ha abierto ya expediente— y a las condenas institucionales. Por supuesto, el Sporting ha hecho a sus jugadores aparecer en un vídeo en el que posicionan contra el racismo. Pero ¿es suficiente?
Precisamente, es el caso de Williams el que más se presta a dar un paso adelante, uno que experimente con castigos deportivos.
Clos Gómez, el árbitro del domingo, paró el partido durante un minuto por los insultos a Williams. Pero podríamos ir más allá. Podría, por ejemplo, plantearse la suspensión del partido hasta que no se identifique a los autores de las ofensas.
Es cierto que un club no puede prever cómo se va a comportar una persona una vez dentro del campo —eso nos situaría muy cerca del concepto crimental, o delito proyectado, orwelliano—, y tampoco es justo pedir al aficionado respetuoso que haga de policía con sus vecinos de grada.
Sin embargo, la suspensión condicionada a la identificación aceleraría un proceso — los estadios hoy están llenos de cámaras apuntando al aficionado— que no llevaría tantos minutos.
En caso de quedar desierta la búsqueda, y de proceder claramente los insultos desde una de las aficiones, el árbitro podría disponer la suspensión definitiva del partido, dando por ganador de los tres puntos al equipo del jugador agredido.
Está claro que comenzarían entonces las triquiñuelas de aficionados de un club vestidos con camiseta del rival insultando para forzar esta situación, pero está aún más claro que la posibilidad del descenso a 2ª de un club por haber perdido 3, 6, 9, 12 puntos en toda la temporada por tolerar comportamientos fascistas en su estadio duele más que la sanción actual, de entre 6.000 y 18.000 euros.
Los campos de la liga española tienen ya demasiados antecedentes. Algunos ejemplos son el plátano lanzado a Dani Alves, los insultos a quemarropa de varios aficionados del Atlético de Madrid al senegalés del Levante Diop, el inenarrable gesto simiesco desde el fondo de la Llagostera al marfileño del Racing Koné o la situación por la que tuvo que pasar Samuel Eto'o hace diez años en La Romareda.
El camerunés sufrió un abuso racista infame durante todo el partido hasta que dijo basta. 'No más', se leía en sus labios mientras se iba del campo en mitad del partido. Sus rivales zaragocistas, sus propios compañeros y el árbitro le retuvieron para que se quedara, para que todo siguiera como estaba previsto.
Quizá ese sea el error. El show no puede continuar a cualquier precio.
Noticia e imagen: Playground

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