Se dice árbitra
Aunque estén acostumbradas no lo llevan bien. Es imposible que lo
hagan. Y menos por el hecho de ser lo que son, mujeres, atacadas
simplemente por serlo, nada más. La avalancha de insultos machistas
que reciben, ha vuelto a dejar claro que la figura de la
mujer en el fútbol, vestida de negro y sujetando un banderín o determinando a
golpe de silbato los límites de lo que ocurre entre 22 futbolistas, sigue sin
ser aceptada en un deporte que, según datos del Consejo Superior de
Deportes, supera las 855.000 fichas federativas (40.000 de ellas mujeres).
En la actualidad, de los 15.669 árbitros registrados por el Comité
Técnico de Arbitraje, 544 son mujeres, poco más del 3%. “Si le preguntas a un
chico que quiera ser árbitro a quién le gustaría parecerse te soltará unos
cuantos nombres, una chica no. No hay un espejo en el que mirarse y es probable
que empiece a pesar: ¿Qué hago yo aquí si ninguna lo ha conseguido?”,
reflexiona Paloma Mata, excolegiada y autora del estudio Árbitra no me ha
llamado nadie, premiado por la Universidad de Cantabria. Durante los cinco
años que se mantuvo en activo supo lo que quería. “Soy educadora social y hay
cosas que tengo claras, como que el fútbol a ciertos niveles es un negocio, por
eso solo quería trabajar en el deporte base y no ascender”, confiesa. Pero ni
siquiera dirigiendo partidos de benjamines (8-9 años) se libró de escuchar
desde la grada que tenía celulitis o que mejor estaba en su casa fregando. Para
su sorpresa, todo en boca de la madre de uno de los jugadores. “Que una mujer
te lo diga duele el doble, en vez de apoyarnos lo que hacen es hundirnos más”.
Judit Romano comenzó a arbitrar en 2001 y actualmente sigue en activo
dirigiendo encuentros en Segunda. Catorce años acudiendo a un campo de fútbol.
“Parece que a la gente le resulta muy divertido hacer ese tipo de comentarios
cuando quien está ahí trabajando es una mujer. Tienes que crearte una coraza y
decirte a ti misma que estos cavernícolas no pueden afectarte. Quienes nos
dedicamos a esto somos por lo general gente fuerte”, advierte. Sin embargo, no
quiere que nadie de su familia vaya a verla al campo, “para que no lo pasen
mal”.
Desde hace dos años, en el fútbol escolar vizcaíno se impulsó la figura
de la tarjeta negra. Un elemento con el que cualquier árbitro puede amonestar
al público si considera que su comportamiento no es el adecuado. Si muestra la
segunda cartulina el partido se suspende. Sarai Dios tiene 24 años, lleva
jugando a fútbol desde los nueve como portera, es árbitro desde hace dos y la
temporada pasada enseñó dos tarjetas negras durante un partido de infantiles
(12-13 años). “¡Vete a la cocina que este no es tu sitio!”, le gritó una mujer
desde la grada. “¡Me vas a comer el rabo!”, se sumó uno de los jugadores.
“Expulsé al entrenador local y un padre saltó al campo para increparme.
Cuando salía del campo un hombre me dijo que lo había grabado todo y que me
preparase. Dos chicos que iban a jugar después me defendieron. Entré al
vestuario y rompí a llorar de la rabia. Después el delegado del equipo
visitante me acompañó al coche”, relata con una fortaleza sorprendente.
¿Cómo se podría solucionar un comportamiento machista tan arraigado?
“Deberían implementarse protocolos contra cualquier cosa que promueva la
violencia. No es que lo diga yo por ser mujer y quiera algo especial para
nosotras, cualquier cuestión que promueva diferencia o violencia debe ser
erradicada del deporte en general”, apunta Romano. “Que sancionen a alguien con
50 euros nos hace más daño que el propio insulto. Tenemos que fomentar que la
mujer esté en el terreno de juego”, reclama Sarai Dios. “Si educásemos a los
niños cuando son pequeños, al ser adultos la cosa sería más sencilla”, concluye
Mata.
Por el momento ninguna mujer ha conseguido dirigir ningún encuentro de
Liga de Primera División. Que eso sucediera, 142 años después de que se jugase
el primer partido de fútbol de la historia, por ejemplo, sería un gran síntoma.
Artículo escrito por Gorka Pérez en El País
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