La historia de un árbitro muy especial

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El referato debe de ser uno de los oficios más nobles del planeta. Carniceros, carpinteros, repositores, mecánicos de autos y aviones, todos son importantes. ¡Zapateros! Los incansables plomeros… todos, todos tienen lo suyo, pero el árbitro de fútbol es uno de los más sufridos de la historia de los oficios.
A menudo un árbitro entrena mucho en soledad, realiza los mismos ejercicios físicos que los futbolistas. Se prepara mental y físicamente con todo. Desde adolescente, el referato se vuelve una pasión en un puñado de jóvenes que estudian y se preparan siempre en total silencio y una espantosa soledad para convertirse en ángeles o verdugos de los héroes populares.
Por lo general, los árbitros son hombres instruidos, leídos, almas inmunes con una poderosa vocación de justicia deportiva. Son rechazados por las multitudes y los ídolos los insultan. Pero ellos realizan su trabajo a la sombra, llevándose la ingratitud del mundo.
Cuando un equipo grande pierde, la culpa es de los árbitros. Jugadores, hinchas y directores técnicos apuntan contra los hombres de negro para tapar sus propios errores. ¿Cuántas veces escuchamos a Ramón Díaz quejarse de los jóvenes árbitros? Miles, millones y hoy, queda claro que el rendimiento de River no es culpa de los hombres del silbato.
Yo conozco un árbitro muy especial, Humberto Torcuato Anachurisco, tiene 20 años y dirige en los campeonatos de fútbol de la Provincia de Buenos Aires. Es alto, rubio y talentoso. Comprende el fútbol como nadie y muy interiormente considera a los futbolistas "hombres cegados por la pelota y los conflictos del juego".
Pese a tener este concepto sobre algunos futbolistas de talento, los ama y los comprende. No es fácil jugar al fútbol. Pero nadie siquiera imagina lo difícil que es dirigirlo. Pitar cada jugada con el eterno temor a equivocarse.
Humberto Torcuato, dirige desde los 14 años, dirigió torneos Evita, torneos Néstor Kirchner y otros menos difundidos. Sueña con poder dirigir algún partido de Primera División. Pese a sus escasos 20 años, es un estudioso del fútbol y de sus teóricos. Ama a Dante Panzeri, admira a Loustao, a Valdano y al incansable Morten Olsen.
En la parada del 277, antes de ir al entrenamiento, en Moreno, me cuenta que el mejor fútbol lo juegan los países escandinavos en medio de la nieve.
La destreza que adquiere un futbolista, pateando en la nieve, maniobrando cuerpo y espíritu en un suelo tan hostil es algo que no se logra ni en los potreros de Buenos Aires, me dice.
Humberto Torcuato, es un convencido que el futuro del fútbol está en África y en los países de hielo. "Falta mucho igual, Cucu". Me dice.

Dirigir partidos de fútbol es entregar la vida y muchas veces la dignidad. Por eso, admiro a este joven de 20 años, trabajador desconocido, que dirige hace años y en cada salida a la cancha rinde homenaje a todos los grandes árbitros de fútbol que le han dado a este deporte una identidad mucho más fuerte que el mejor de los jugadores.
Artículo escrito por Washington Cucurto en ESPN

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