Los árbitros, jueces para unos y villanos para otros
«Sin árbitros no habría fútbol, eso está claro». Esta frase pronunciada
por Antonio Palerm, Llimu, presidente del Sant Jordi Atlètic, define el papel
que juegan los colegiados en el balompié. Son los encargados de impartir
justicia en los partidos de fútbol, aunque esta sea muchas veces mal entendida.
Y es que a la vez que necesarios, los árbitros también son el blanco de las
iras de jugadores, entrenadores y aficionados cada fin de semana.
Basta con pasarse un sábado o un domingo por cualquier campo de fútbol
de las Pitiusas a ver un partido, sin importar la categoría. No será raro
comprobar cómo los colegiados, a veces niños de apenas 14 años, son increpados,
insultados y despreciados.
«Muchos árbitros se han negado a pitar en algunos sitios. Más que por
miedo, por vergüenza, porque tener que escuchar a varias personas metiéndose
contigo durante una hora u hora y media no es agradable», afirma Gregorio
Toledo, responsable de los árbitros de fútbol pitiusos.
En la actualidad, en Ibiza y Formentera hay alrededor de medio centenar
de árbitros, con una nutrida hornada de adolescentes que están empezando en el
mundo del arbitraje. Probablemente alguno acabe dejando esta afición por no
querer soportar ser la diana en la que muchos cargan «sus frustraciones», dice
Toledo.
«Cuando ven que sus hijos lo pasan mal, los padres de los árbitros no
quieren que los chicos continúen arbitrando», sostiene el portavoz del
colectivo en Ibiza y Formentera, cansado de pedir un trato justo para sus
hombres.
Como ejemplo de un incidente, es cuando a Musthapha Benayat, padre del
colegiado Mohamed Benayad, lo agredieron en el campo municipal de Santa Eulària
mientras presenciaba un partido de Copa Federación juvenil que pitaba su hijo.
En la trifulca estuvieron implicados aficionados e incluso algún jugador.
El responsable de los árbitros pitiusos también reconoce que alguna
semana han planteado no arbitrar «para que la gente tome conciencia», pero
hasta ahora nunca han llegado a tal extremo. «La gente va al campo a
desahogarse y siempre está el listillo que se mete con el árbitro para hacer la
gracia en el grupo de amigos», señala Toledo, quien también indica que el
comportamiento de los futbolistas dentro del campo suele ser «perfecto» hasta
que llegan a la categoría de cadetes, donde ya se empiezan «a cabrear más».
«Hacen lo que ven y lo que les enseñan. Otro día un entrenador de
infantiles le dio un puñetazo a un árbitro. ¿Qué educación es esa?», dice
Toledo, que critica el mal ejemplo que reciben los futbolistas tanto de padres
como de entrenadores.
Muchos padres viven los partidos en la grada como si de una final se
tratara: aplauden cada gol a rabiar, critican las decisiones arbitrales y
corrigen las posiciones de sus hijos, que lejos de disfrutar con su deporte
favorito acaban abrumados. Algo debe cambiar.
Fuente: Diario de Ibiza
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