"Chaval, ¿quieres pitar?... Y hasta hoy"


Después de medio siglo arbitrando, Santos Agudo Cayo (16-4-1947, Santander) cuelga el silbato. Han pasado cinco décadas desde que un señor se acercó en la playa de El Sardinero y le dijo: «Chaval, ¿quieres pitar?». Desde entonces no ha habido una semana en la que no se vistiese de árbitro. Hay relaciones que surgen de repente y que son eternas. «Estoy enamorado del arbitraje y lo estaré siempre», señala ‘Cayo’ orgulloso, mientras repasa recortes de prensa y fotografías –algunas en color sepia– que guarda con un esmero total. A Cayo le ha dado tiempo a sumar 47 años como colegiado del Torneo de Veteranos de fútbol playero y tres como jugador, pero también a ser árbitro nacional de fútbol sala, asistente en campo e, incluso, a jugar al balonmano.
–Han pasado cincuenta años desde que dirigió su primer partido y ha decidido que esta temporada sea la última, ¿lo tiene claro?
–Sí (risas). Voy a cumplir setenta años y creo que es el momento. Ya he dicho al Comité Organizador que estaré ahí para lo que me necesiten o si algún día falta alguien.
–El campeonato de veteranos de fútbol playa empezó en 1960 y usted comenzó a arbitrar en 1965. Han crecido juntos.
–Han sido muchos años. Allí he visto de todo. He visto cómo el viento se llevaba las porterías; cómo la marea subía de repente y se metía en el campo. Había días en los que del frío tenían que quitarme la ropa a mí y a los jugadores... Pero ha merecido la pena. Cada domingo, daba igual que fueran las ocho o las diez de la mañana, los jugadores cogen las porterías, cargan con ellas, pintan el campo y todo con una pasión que da gusto.
– ¿Por qué empezó a arbitrar?
–Muy sencillo. Estaba viendo un partido en la banda y se acercó un señor y me dijo: «Chaval, ¿quieres pitar? Y le dije que sí». Desde entonces ya no hubo una semana que no me vistiera de árbitro. Más tarde fui asistente en fútbol de campo; debuté un día que como a la Federación no le dio tiempo a mandarnos los equipajes tuve que ponerme un jersey negro. Lo dejé porque no podía compatibilizarlo con el trabajo. También fui árbitro de Primera Nacional A de fútbol sala de 1989 a 1996.
–Ha tenido experiencias en muchos campos, pero la playa ha sido su ‘centro de operaciones’, ¿qué tiene ese campeonato del que usted jamás se ha separado?
–Ahora no es como antes. Está claro que es muy competitivo. Desde sus orígenes siempre fue muy familiar. Los jugadores, técnicos, árbitros y los que lo formaban acababan el partido y se iban a tomar unas cervezas, a comer unas rabas o a lo que fuera. En los descansos cada equipo tenía la mistela o el caldo caliente y se repartía. Ahora la gente desaparece. A mí eso me gustó mucho y deseaba que llegase el domingo para ir a arbitrar.
–Quieren aplicar la tecnología al arbitraje, ¿cómo lo ve?
– La tecnología para las jugadas que no se sabe si la pelota ha entrado o no está bien, pero para el resto no; haría perder mucho tiempo y no lo vería bien el público.
– ¿Y la familia? ¿Qué dice de todo esto?
–Siempre me apoyaron. Ellos saben que soy feliz con un silbato en la boca, pero... Ya no protestará la mujer cuando los partidos acaben tarde los domingos y no podamos ir a tomar el vermú (bromea).
Noticia e imagen: El Diario Montañés

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