HOMENAJE
Nueve
de la noche, las luces lucían espléndidas, el césped impecable para ser
desbordado a lo largo y ancho, quien sabe si a velocidad vertiginosa, a trote con
pases pausados y precisos, o ser el espacio de salida y de llegada del
entusiasmo, de los aplausos y las hurras ante poderosos remates desde cualquier
distancia.
En
las gradas ya no cabía ni siquiera la sombra de un alfiler y los aficionados
con los ojos frescos y abiertos de par en par, aguardaban para llenarse de
emoción en cuanto las jugadas y disputas comenzaran y vinieran una tras otra…
Los
fotoperiodistas en lugares impensables aguardaban pacientemente para llevarse
la mejor imagen de lo que ocurriera para ser recordado, los locutores micrófono
en mano comían ansias por transmitir esos lances increíbles, los dos equipos,
protagonistas directos del juego limpio, ubicados cada uno en su campo; los cuatro
responsables de mantener el orden, el respeto y de conducir aquella
manifestación de habilidad y talento durante noventa minutos, de un momento a
otro iniciarían su nada envidiable labor.
El
balón señores dijo una voz grave en el centro del campo…
Los
capitanes mirándose uno al otro y con su silencio daban la respuesta, no estaba ni había balón por ningún lado.
El
árbitro pronunció aún mucho más fuerte: ¡El Balón!
Pero
las cercanías y el horizonte estaban quietos, como detenidos en el tiempo, cual
postal de una final que nunca se jugaría…
Aquello
parecía una gigantesca escultura de piedra, nada se movía, ni el aire ni las
nubes…
Sudando
a mares, Bonifacio despertó dando un tremendo grito: ¡El Balón!
Quien
lo iba a escuchar si era de madrugada, entonces asustado y aun temblando se levantó,
necesitaba un trago de agua diáfana y tranquilizadora…
Esa
pesadilla no era una experiencia intrascendente, era la dolorosa realidad que trágicamente
continuaba cayendo como lluvia de palabras desde las páginas y fotografías del
periódico que había quedado abierto…
Es
cierto que las distancias separan, pero los corazones tienen el misterio de
unir los espíritus en las buenas o en las malas, y no le quedó otro remedio que
buscar a su amiga de mil batallas, la misma que nunca lo defrauda.
Necesitaba
un consuelo y se abrazó a ella, cerró los ojos y sin abrirlos pudo apreciar que
su pelota de fútbol brillaba blanca como un ángel y con un escudo verde
enseñoreado con tres letras resplandecientes: ACF
Entonces
si abrió los ojos para ver si no soñaba despierto, y ahí en lo fraterno de sus
brazos, el balón era el mismo de siempre: cuadros amarillos con adornos negros…
Las
lágrimas sencillamente son humanas y ya no pudo más sostenerse en pie y se
arrodillo para pronunciar plegarias en homenaje hacia aquellas personas, que en
vida amaron el fútbol tanto como él.
Artículo escrito por Ricardo Vides Zamora
Artículo escrito por Ricardo Vides Zamora
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