Cuento de Fútbol: Marufia

Una nueva entrega de las narraciones literarias de nuestro colaborador Ricardo Vides Zamora:


                                            MARUFIA
 No es lo mismo verla venir que tenerla enfrente, y la gente sólo habla porque Dios es grande. Si supieran y vivieran lo que uno sufre por darle patadas a la pelota…
 No voy a negar qué es muy especial que te vean con carita de asombro cuando te salen al paso por las calles, o aparecer a todo color por la televisión, o en una foto marcando o atacando en las portadas de los diarios.
 Pero de lo bonito o de lo feo no comemos los futbolistas, ahora entiendo eso del dicho barriga llena corazón contento; y cómo voy a ser un santo varón, honrado hasta para respirar.
Si uno hace marufia es por pura necesidad, porque aprieta duro la realidad; menos mal que es muy difícil que se den cuenta, hay que poner semblante de yo no fui y si tanto insisten, a ver preséntenme las pruebas contundentes de que nos hemos dejado ganar…
 Admiro a los que entregan hasta la sangre por el prójimo, pero yo no tengo las agallas para sacrificar a mis hijos… Ellos son lo más sagrado de mi vida.
 Hay partidos, después de finalizados, que se me salen las lágrimas, es por los niños y los hombre mayores que te miran directo a los ojos, la conciencia se te rompe por el peso del remordimiento, ellos te abrazan y piensan que lo hemos dado todo…  Ay si los secretos hablaran.
 Por Diosito, el veintiocho de diciembre es bendito para nosotros, ese día, aunque no lo crean, nadie se regala ni por todo el oro del mundo.
 La única prueba innegable es el pisto en la mano, pero como lo pedimos de distinta denominación; nada de empaquetado, que vengan abiertitos, billetes sobre billetes, y no hay que guardarlos en los bancos porque eso es ponerse la soga al cuello uno mismo, con nombre y firma.
 Pararse chulo en la cancha y amarrarse los tacos no es para cualquiera, hay corazones que con solo patear la grama se engarrotan de cuerpo entero y no hacen ni cuis.
 Yo sé que es doloroso para la afición perder puntos valiosos o la copa de campeón, pero si el ciego nada ve nada siente, nada agradece; eso sí, hay que sudar a mares la camiseta para que parezca auténtico, y que hemos dejado el alma en cada minuto de juego, de esta manera, nadie va a creer que nos vendimos por unos dólares más… 

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