La invasión de los árbitros ingleses
El fútbol argentino se organizó rudimentariamente en 1893 y fue creciendo sin prisa, pero sin pausa. Los argentinos modelaron las maneras, el enojo con las decisiones reglamentarias, la irascibilidad ante el fallo de un juez en un partido, las protestas permanentes. Así fuimos desde los años veinte en adelante, cada vez con menor índice de tolerancia.
La AFA fue creada en noviembre de
1934, cuando hacía tres años que el profesionalismo había blanqueado el pago de
sueldos que venía siendo escondido desde dos décadas antes.
En 1937, la dirigencia contrató a
un juez inglés llamado Isaac Caswell, que mostró una singular capacidad para
dirigir con su estilo sajón y para ser respetado por los mismos jugadores que
no aceptaban la autoridad de un árbitro que viviese en la misma ciudad. Caswell
se fue unos días antes de que Alemania iniciara la Segunda Guerra Mundial
invadiendo Polonia en 1939 y el fútbol volvió a las andadas.
En 1948, no había autoridad, no
había disciplina. Protestas, quejas, denuncias de todo tipo. La dirigencia resolvió
negociar la incorporación de jueces británicos con el fin de terminar con las
sospechas de corrupción de los árbitros locales y confiando en el respeto que
había generado el respetado Caswell. El 4 de abril de 1948 debutó el primero de
los jueces extranjeros. Lionel Gibbs arbitró en la victoria que Estudiantes
consiguió en la Bombonera ante River por la Copa Británica, justamente.
El 18 de abril se inició el
campeonato. Ocho partidos y ocho jueces británicos. Nombres que quedarán
registrados: David Gregory, Aubrey White, el propio Lionel Gibbs, John Cox,
James Provan, Harry Hartles, Charles Dean y William Brown.
El rigor y el apego al reglamento
de los jueces fue mejorando la incorrección dentro del campo, pero poco cambió
en las tribunas. Fue en 1949 cuando se hizo obligatorio el número en la
camiseta de cada futbolista. Sin embargo, el detalle que diferenció a los
jueces extranjeros de los argentinos fue que no tenían escrúpulos en sancionar
penales y tiros libres peligrosos. La clave, además, consistió en que como no
tenían vínculos con el fútbol local, se manejaban como si todos los clubes
tuvieran el mismo poderío y no como hasta ese momento ocurría, en que cinco o
seis equipos resultaban habitualmente beneficiados por jueces venales.
La actuación de los árbitros
británicos fue clave para un cambio en la sanción de penales. En 1946 los
jueces nacionales cobraron 62 penales en 240 partidos. En 1947 fueron 56 en la
misma cantidad de encuentros. Con la llegada de los jueces ingleses, hubo 100
penales en 1948 y 133 en 1949, lo que demuestra que, si bien el reglamento era
el mismo, los europeos no tenían tantos condicionamientos ni exigencias como
los locales para cobrar una pena máxima. En 1951 fueron 129 y en 108 en 1951,
muy lejos de los 56 de 1947, casi el doble de penales.
De hecho, el posicionamiento en
la tabla general al finalizar cada temporada, fue bien distinto. Equipos más
pequeños se codeaban con los grandes.
Poco a poco, fueron cambiando los
nombres británicos y todo fue volviendo lentamente a la normalidad. La
normalidad mal entendida, con hijos y entenados, con ricos y pobres, con
débiles y poderosos. Fue un momento especial, donde la habitual rebeldía mal
entendida dentro de la cancha se hizo más serena y proclive a aceptar las
decisiones de un grupo de jueces que vivieron una aventura inesperada para sus
vidas.
Autor: Alejandro Fabbri
Fuente: TyC SPORTS
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