Objetividad y paciencia


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Señalados, insultados y en ocasiones agredidos. Muy pocas veces se reconoce la labor de estos hombres y mujeres sin los que el fútbol no sería lo que es. Para ser árbitro hay que estar hecho de una pasta distinta. Desde las categorías inferiores, donde imparten justicia a los jóvenes que se inician en este deporte, hasta el nivel más alto del fútbol, los colegiados juegan un papel imprescindible en su desarrollo.
Dentro de este mundillo hay miles de historias personales. Algunos se dedican a esto por dinero, otros por vocación, o porque no han sabido o no han podido triunfar como jugadores, pero todos coinciden, a pesar de lo que mucha gente pueda creer, en que cuando uno  coge el silbato por primera vez, éste ejerce una sensación sobre ellos que engancha. Las situaciones tan complicadas que, desgraciadamente, les toca vivir cada domingo, no minan la moral de estos elegidos para poner orden en el terreno de juego, de hecho cada vez hay más. Cada fin de semana se desplazan a los campos de toda España para intentar hacer cumplir el reglamento de la mejor manera posible y volver a casa con la satisfacción del deber cumplido.
Una vez que han resuelto su vida profesional, con un trabajo que les permita tener una solvencia económica, no necesitan -aunque siempre ayuda- el poco o mucho dinero que el arbitraje les pueda reportar, pero sin embargo no pierden la ilusión de seguir haciendo carrera.
Jesús Benjumea es profesor de primaria de educación física. Con 12 años comenzó a pitar en la disciplina de fútbol sala. A los 16 dio el salto a fútbol. Ahora, con 30 primaveras, es colegiado en Segunda División B. Se puede decir que este granadino se dedicó al arbitraje por herencia, ya que su padre llegó a ser colegiado de Segunda y asistente en Primera División -debutó en la banda en el Camp Nou. Buena piedra de toque para comenzar-. Su familia entendió su vocación y le animó a seguir adelante mientras que mantuviera la ilusión. Después de tantos años vagando por los campos de la provincia y de fuera de nuestra geografía, sigue con la esperanza de llegar a lo más alto del fútbol nacional. Pitar en Primera es su objetivo y para ello trabaja cada día.
A lo largo de estos años, ha vivido situaciones complicadas. Aunque reconoce que nunca ha sido agredido físicamente en sus 18 años de carrera, sí recuerda situaciones difíciles. Una vez, siendo aún menor de edad, sintió verdadera angustia en un terreno de juego. El partido se estaba volviendo cada vez más bronco, con entradas duras. En un momento del partido los jugadores del equipo local lo rodearon y comenzaron a amenazar a Jesús. Lo peor para él fue que no había fuerzas del orden en el campo, con lo cual se sentía indefenso y abandonado a su suerte. Afortunadamente «la cosa no pasó a mayores», afirma Jesús.
Adictivo
Pero no todo es negativo, si no, seguro que ahora no estaría pitando cada domingo. «Muchas veces me han felicitado por mi trabajo», admite el colegiado granadino. Y es que la satisfacción de sentir que su trabajo es valorado es lo que alimenta sus ganas de seguir adelante. También ayuda el comprobar que los de arriba también observan tu buen hacer en el campo. Así, desde que arbitraba en las categorías inferiores y en las divisiones regionales, donde las condiciones eran muchos más precarias -había campos en los que tenía que atravesar la grada donde se ubicaba el público para acceder a su vestuario- hasta ahora, en Segunda B, donde el fútbol ya siente de cerca la profesionalidad, el aliciente de seguir creciendo está presente cada día.
Luis Molina representa otro ejemplo de amor al mundo del arbitraje. A diferencia del anterior caso, en su casa no había antecedentes, pero sí necesidad. Miembro de una familia numerosa, este director comercial de un laboratorio de genética del Parque Tecnológico de Ciencias de la Salud se inició en 1998 como árbitro junto a sus dos hermanos para ganar un dinero que ayudara a pagar su carrera universitaria. Buscaban una profesión que les permitiera compaginar con sus estudios. Hoy día es el único que continua pitando, y este curso cumple su séptima temporada en Tercera División. «Vivo pensando en el arbitraje, es mi motivación durante toda la semana», reconoce Molina, aunque admite que algunas cosas deben mejorar porque, coincidiendo con su compañero de profesión, advierte que hay campos que no están a la altura y las condiciones no son las adecuadas. Tanto él como sus hermanos han sufrido agresiones físicas, como muchos otros compañeros, pero Luis sigue adelante con la moral intacta porque su amor por esta profesión es muy fuerte.
Con la mala situación económica que vive el país, el número de colegiados ha aumentado considerablemente. El factor económico y el boca a boca están propiciando esta situación. Héctor Sarmiento es de Jaén, tiene 22 años y pita en Regional Preferente. Con apenas 17 llegó a Granada para estudiar INEF. Un día fue con su compañero de piso a clase y le gustó. Cinco años después sigue con más ganas si cabe. Como sus compañeros, coincide en que arbitrar es algo adictivo, que cuando te atrapa no te deja escapar. «Cuando estás un mes en verano parado o un simple fin de semana, lo echas de menos», comenta Sarmiento.
El jienense admite que en los primeros partidos «era un desastre», pero la experiencia y el aprendizaje han desarrollado en él aptitudes para que «la presión no me influya». Es complicado salir a un terreno de juego cuando uno se siente señalado, pero existen dos elementos claves para demostrar tu valía como juez de la contienda: «Objetividad y paciencia», explica Héctor.
Muchos jóvenes comienzan a jugar al fútbol desde una edad temprana. Algunos elegidos llegan a vivir de ello, la gran mayoría fracasan en el intento. Cuando, por miles de circunstancias, dejan de practicarlo, se olvidan de formar parte activa de este deporte. Pero algunos tienen curiosidad por comprobar la sensación de participar en un partido de una forma diferente.
Dedicación absoluta
Los tópicos castigan a este colectivo tan criticado. «Al árbitro no le gusta sacar tarjetas, pero es la única herramienta para impartir justicia», admite Molina, que añade que «mis errores son trascendentales, pero a los jugadores se les permiten todos». También se ha dicho muchas veces que la presión de los estadios puede minar la labor del colegiado y hacerles favorecer a uno u otro bando, pero esto no es cierto, ya que en los partidos complicados es donde más concentrados están.
El arbitraje, como el fútbol en general, cada vez está más profesionalizado. Ya no se ven colegiados obesos, asfixiados en el centro del campo y rezando para que pasen rápido los minutos. Ahora todos tienen una preparación física acorde con la exigencia de su cometido. También ha mejorado la formación, que ahora se acompaña de clases prácticas para favorecer una instrucción en la que los chavales participan de forma activa. Además, los principiantes que entran en el Colegio de Árbitros de Granada para aprender la profesión se apoyan en una especie de tutor -un colegiado de superior categoría- que guía su educación y sirve de apoyo a los que empiezan.
En cada jornada un informador del comité de árbitros valora el trabajo de los colegiados, prestando atención a aspectos como la capacidad física, técnica y disciplinaria. Como los niños en el colegio, viven una evaluación continua durante todo el curso. Al finalizar la temporada se cuenta la media de esas calificaciones. Además, se realizan dos pruebas físicas y un examen escrito sobre reglas de juego, actas y demás conceptos que debe dominar un árbitro.
Esto exige un trabajo durante toda la temporada. Aunque la labor de un colegiado parece que se limita a ir el fin de semana a pitar, esto no es así. A lo largo de los siete días se debe cuidar la condición física. Algunos de ellos, como Jesús Benjumea y Luis Molina, dan clase a jóvenes que se inician en el mundo del arbitraje.
Superior categoría
Cuando acaba la campaña, los mejores de Andalucía se desplazan a Madrid, donde compiten con el resto de colegiados del territorio nacional para conseguir un puesto en una categoría superior. Como ocurre con los futbolistas, un ascenso es algo muy complicado, porque influyen muchos aspectos. Cada categoría superior está compuesta por menos equipos, con lo cual se necesitan menos árbitros. Llegar a pitar en Primera División es el sueño de todos, pero el camino hasta llegar ahí es muy duro.
Esto se consigue demostrando que lo valen. Hay árbitros muy buenos en divisiones inferiores que nunca llegarán a la élite del fútbol nacional, pero la ilusión de todos ellos es mejorar cada partido para alcanzar algún día su sueño. 
Artículo: Diario Ideal

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