La cruz de los árbitros. Por Juan Morenilla

Arbitro español: ¡hijo de la gran puta madre que te parió!”.
El exabrupto podría haberlo escupido un hincha encolerizado después de un partido, podría haber saltado ante la pantalla de un bar o burlado los filtros de comentarios injuriosos en la Red. Pero fue, con letras enormes, la portada del periódico colombiano Hoy, Diario del Magdalena tras la eliminación de su selección ante Brasil en el pasado Mundial de fútbol. El “árbitro español…” es Velasco Carballo, cuya imagen ilustraba la plana y a quien los colombianos acusaban de permitir a La Canarinha una excesiva dureza. En el texto le llamaban “el delincuente que ejerció de juez central”.
Velasco Carballo se llama Carlos. Tiene dos hijos, de 11 y 9 años. Para ellos, papá es “un héroe”. “Están orgullosos de mí a tope. Les gusta mucho el fútbol y presumen de que su padre arbitre en Primera. El mayor ya me ha dicho que si no puede ser futbolista, igual se apunta a árbitro”, sonríe Velasco. De aquella portada, el colegiado madrileño, de 43 años, no quiere hablar, dolido porque sus hijos hayan podido verla en Internet. Es lo que más afecta a los árbitros de Primera, ya vacunados contra los insultos tras una vida en el ojo del huracán, pero impotentes cuando los ataques afectan a quienes les rodean. “Mi hijo mayor tiene nueve años y no le gusta nada el fútbol. Creo que es su manera de revolverse”, comenta Alberto Undiano Mallenco, navarro de 40 años, 14 en Primera. “Al pequeño sí le gusta. Yo les digo que si dicen algo de mí en el colegio, que no se compliquen. Es parte de este trabajo. La gente se acerca en la calle, te dice algo, y la familia se cansa. Para el resto soy Undiano Mallenco. Pero soy Alberto”.
¿Qué historias humanas se esconden detrás de estos jueces del fútbol? ¿Qué sienten? Es difícil entrar en el corazón de un mundo arbitral con tendencia a cerrarse sobre sí mismo, temeroso del exterior, como si cualquier contacto fuera una agresión. Cuando se han abierto, dicen, han salido escaldados. Los palos les han hecho recelosos y cuesta romper la coraza. Pero cuando se desnudan puede descubrirse a personas apasionadas del fútbol y obsesionadas con la perfección.
Son 20 elegidos para dirigir en la élite, de 12 comités territoriales, entre los 28 y los 44 años –una media de 37 y medio–. Como cualquier niño, no soñaban con ser árbitros, “sino el delantero que mete el gol en la final del Mundial”, pero el destino les hizo jueces. Sus nombres se recitan casi de memoria para el aficionado: Muñiz Fernández, Mateu Lahoz, Teixeira Vitienes… Así, con los dos apellidos, desde que en los años setenta la dictadura ordenara que al árbitro murciano Franco se le conociera por el nombre de familia completo, Franco Martínez, para evitar críticas camufladas al caudillo con frases como “Franco es muy malo”. Es el mismo Ángel Franco que hoy es vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros (CTA).
“Nadie nace queriendo ser árbitro”, asume Undiano. “No es agradable cuando eres un niño y te gritan ‘hijo de puta’. Te planteas: ¿esto merece la pena? Pero te ayuda a madurar antes que al resto de chicos de tu edad y te das cuenta de que no es solo a ti, insultan hasta a sus jugadores. Es un problema de educación, de los insultos en el fútbol no se libra nadie. Aunque nosotros sentimos más la soledad. Al jugador que falla le arropan sus compañeros. Nosotros nos vamos a casa solos, y solos nos debemos enfrentar a esos momentos. Si no estás preparado, la presión te puede matar. Arbitrar en Primera es como conducir un fórmula 1. Al más mínimo error, el golpe es tremendo. Puede afectar a tu vida”. “Yo me doy como máximo 24-48 horas para pensar en el error. Si no eres fuerte de cabeza para levantarte en ese tiempo, no puedes seguir en este circo, el propio fútbol te echará”, añade el mundialista Velasco Carballo. “El error hay que mirarlo de frente, a la cara, enfrentarse a él. Te preguntas: ¿por qué no lo he visto? Sale en la televisión tan claro que no encuentras la respuesta. ¿Por qué no lo he visto, por qué no he corrido cinco metros a la derecha, o no he tardado tres segundos más en decidir, o no he preguntado a mi asistente, por qué, por qué? La pregunta no sale de tu cabeza. Se pasa fastidiado. Quien piense que nos equivocamos y nos vamos a tomar una cerveza y dormimos de maravilla, pues no, el árbitro lo pasa mal”.
La tecnología ha convertido cada partido en un gran hermano. Cada acción polémica es desmenuzada a cámara lenta y repetida desde varios ángulos, y los fueras de juego se ven en tres dimensiones. Y aun así los comentaristas, los amigos en el bar o la familia en casa discuten porque no se ponen de acuerdo. Misión imposible para el árbitro pese a toda la ayuda humana de que dispone: dos asistentes y un cuarto árbitro con los que está comunicado mediante pinganillos –“una palabra de ánimo te reconforta”, cuenta Undiano–. En la temporada que comienza este fin de semana se incorpora un espray para marcar la distancia en las faltas, y en otros torneos se ha probado la tecnología de la línea de gol. El resto es cosa suya. Se niegan a que un partido se detenga para examinar una acción en vídeo. “Le quitaríamos la salsa al fútbol”, argumenta Victoriano Sánchez Arminio (Santander, 72 años), exárbitro y desde 1993 presidente del CTA.
El fallo existe y existirá. “Meterte en una burbuja es imposible. Vas a comprar el pan y el panadero te recuerda una jugada… Hay que verlo con naturalidad. El error cero es imposible, no somos robots. Si sales a la calle y respondes a cada uno, acabas enfadado con el mundo. Tampoco puedes apagar la tele o no leer nada. Nuestra actividad es muy pública y estamos sometidos a juicio”, acepta Undiano; “el fútbol en España no acaba con el partido. Llega el lunes y en el móvil saltan llamadas desde números largos. De 100 veces, 99 es porque te has equivocado. Es una locura”.
Hay unos 15.000 árbitros en España, una cifra ligeramente en aumento pese a la imagen negativa del colectivo. El camino para ser uno de los 20 elegidos es una carrera de fondo. Solo los más duros sobreviven. “La gente te insulta, te chilla, y a un niño eso le impresiona. Si te metes a árbitro es porque tienes carácter y personalidad”, explica Carlos Velasco. “Las malas experiencias te aportan esa convicción de que lo que estás haciendo es lo que quieres hacer. El árbitro ha de tener una autoconfianza muy firme, por encima de la población normal. Tenemos la convicción moral de que hacemos algo tan éticamente maravilloso como es pitar lo que vemos. Si tienes esa confianza en ti mismo, sobrevives. Si no, es difícil. En nuestro entorno piensan que somos buenos. Fuera, nos critican sin piedad”.
“Los árbitros somos bastante enfermizos. Pretendemos ser perfectos, y así es muy difícil asimilar el error, luego no duermes. Tienes que convivir con lo que eres. El error lo llevas en la mochila, y en Primera no te equivocas sin más, sino ante millones de personas”, cuenta el cántabro Fernando Teixeira Vitienes, de 43 años y protagonista de un caso único: su hermano José Antonio, un año mayor, también es árbitro de Primera. “Ser familia es un acicate para criticarnos. Hay gente que intenta hacerte daño”, dice él.
Existe entre los árbitros una empatía y a la vez una rivalidad. Un mes antes de la Liga se concentraron una semana en Santander. Los 20 árbitros de Primera con sus 40 asistentes, una gran familia. En el programa, charlas sobre agarrones y codazos, nutrición, trabajo en equipo, ocasión manifiesta de gol… El sábado es el día de relax, en el balneario de Puente Viesgo. Antes han pasado unas pruebas físicas que repiten otras tres veces en la temporada: a final de año, en febrero y cuando acaba el curso. Un test de velocidad de 6 series de 40 metros en 5,8 segundos cada una, con 1 minuto y medio de recuperación; una interválica de 10 vueltas de 400 metros alternando 150 corriendo y 50 andando en 30 segundos cada vez, y una prueba de campo. Quien suspende no puede arbitrar. Si vuelve a suspender, pierde la categoría.
El físico es una de las patas de esa perfección que buscan los árbitros. Hoy son casi todos profesionales, dedicados en cuerpo y alma al arbitraje. Durante la semana repasan con sus asistentes sus partidos en vídeo, y analizan a los equipos a los que arbitrarán la jornada siguiente. Ven actuaciones de otros colegiados, y reciben vídeos de la UEFA y de la FIFA. “Nos fijamos en todo: estética, técnica corporal, control de partido, acierto en jugadas de área… No te puedes imaginar la cantidad de partidos que vemos”, asegura el malagueño Mario Melero López, de 35 años, debutante y uno de los tres andaluces en Primera, la comunidad más representada (dos de los comités aragonés, valenciano, madrileño, navarro, catalán y cántabro; uno del vasco, extremeño, castellano-leonés, gallego y de Las Palmas). “A los árbitros nos encanta el fútbol. Sabemos quién lanza los córneres, el que hace la falta táctica, el que protesta y el que ayuda”, añade Undiano. “Yo veo un partido de la liga holandesa fijándome en el árbitro. Hemos de estar muy bien preparados. Sube gente joven, pero ha de ser madura. El árbitro ha de ser una persona equilibrada, con una vida ordenada. No puedes impartir justicia en el campo y fuera ser de otro modo”.
El perfil ha evolucionado y el árbitro ya no es el autoritario policía de antes, sino que intenta empatizar con un futbolista al que en ocasiones conoce desde hace años. “El arbitraje tiene mucho de psicología”, afirma Antonio Miguel Mateu Lahoz, profesor de educación física de 37 años. El valenciano fue la temporada pasada el primero de la clase con una nota de 9,58, por 9,52 de Clos Gómez, 9,44 de Velasco Carballo y 9,39 de Undiano. ¿Notas? Sí, los árbitros reciben puntuaciones, como si fueran estudiantes. Las que le ponen cada partido unos informadores del comité que les juzgan desde las gradas. Una mala tarde suele castigarse con una calificación entre 7 y 7,9; un papel normal, entre 8 y 8,6; y bien o muy bien en adelante… La media decide qué dos árbitros bajan a Segunda y qué dos suben a Primera.
La diferencia económica es evidente. Un árbitro en Primera cobró la temporada pasada 3.577 euros por partido (1.498 cada asistente), más 53 euros de dieta diaria y 59 de otros gastos sin justificar. En Segunda, el recibo fue menos de la mitad, 1.573 euros por tarde, y bajó mucho más en Segunda B (167 euros) y en Tercera (121). El nombre de los clientes no influye en la factura, aunque claro, siempre luce más la foto con los grandes. ¿Quién pita a quién? Las designaciones nacen de un consenso entre Sánchez Arminio, por parte de la federación, y los también exárbitros Antonio López Nieto, por parte de la Liga, y Evaristo Puentes Leira, por ambos. Se reúnen 10 días antes de cada jornada y casan partido y árbitro –no pueden dirigir a equipos de su comunidad–. Se acabó que un ordenador sorteara los emparejamientos y a un novato le tocara un Madrid-Barça. La protesta de los clubes cambió un método que en los inicios consistía en listados de los equipos proponiendo a sus árbitros favoritos.
El aficionado sigue recelando de estos jueces que cada domingo gestionan el mar de pasiones que es el fútbol. La sociedad, piensan ellos, va aprendiendo a respetarles. Fueron los propios árbitros quienes pidieron una circular que les impide hacer declaraciones sobre aspectos técnicos de su labor, aunque sí pueden hablar sobre otras cuestiones. No suelen hacerlo. Ya no visten de negro, sino que esta campaña alternarán el azul oscuro, el rojo, el verde y el amarillo, señal de que han intentado modernizar su tradicional fachada. Hasta existe alguna peña arbitral. “Con los años hemos ido ganando en imagen, no es tan mala como pueda parecer”, explica Undiano. “La sociedad nos ve como un atleta más, un profesional del fútbol. Solo queremos que nos respeten”, pide Velasco Carballo. Como Mateu: “Es fácil echarnos las culpas. Yo convivo de cine con el error, soy honesto y puedo mirar a todos a la cara, pero un entrenador o un directivo no asume que se ha equivocado. No tenemos apoyo social”.
La madre de Mateu le pregunta si está bien. Los hijos de Velasco comentan en casa lo que dicen de papá en el colegio. A Undiano no le gustaría que su pequeño siguiera sus pasos, por eso de las comparaciones. Todos aman ser árbitros. Pero saben lo que se siente al ser los malos de la gran película del fútbol.
Noticia e imagen: http://elpais.com/

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